miércoles, 1 de diciembre de 2010

El caballero Arnaldo

Al caballero Arnaldo le gustaba comer las setas asadas con la salsa de la carne los domingos. Era un hombre de costumbres como buen caballero inglés, y una de estas era que los criados le prepararan este plato con las setas que recogía durante su paseo matutino de los Lunes. Así mismo, acostumbraba a realizar a mitad del paseo, una visita de cortesía a la casa de la que fue su aya durante sus años mozos. Y henos aquí junto al caballero, acompañandole en dicho paseo, cuando fue que sucedió, que su preciosa rutina se vió interrumpida.

Su calma de pronto se vio amenazada por aquel suceso del que tardaría en recuperarse varias semanas. No estaba acostumbrado a esas sorpresas desagradables que ocurren de vez en cuando, sin poder preveer su alcance. El relámpago dividió el cielo y rompió a llover desesperadamente. Un relámpago tras otro se abría camino y los dos no sabían donde refugiarse. De pronto vieron una cueva.

Así que corrieron desesperadamente por entrar en la cueva y resguardarse de aquella tormenta.
La cueva era oscura y muy amplia, se oía el eco de lo que decían e incluso, de sus agitadas respiraciones. De pronto, se empezaron a escuchar ruidos en el interior de la cueva que no eran suyos, se resguardaron en una esquina que esta tenía, intentando acostumbrar su vista a aquella oscuridad que, de vez en cuando, se iluminaba con los rayos que había en el exterior. Al momento, como salido de la nada, pudieron averiguar qué eran esos extraños sonidos que no cesaban.

Con otro fogonazo de los rayos, advirtieron cuatro ojos en la oscuridad acercándose lentamente hacia ellos. Arnaldo profirió un gemido ahogado. Su acompañante, cautivo del pánico, buscó la salida y salió de la cueva como alma que lleva el diablo. Arnaldo aguzó aún más la vista, cuando para su estupor descubrió los dueños de los ojos, que inmediatamente se trataba de dos enormes lobos, tenían una altura superior a la de un lobo normal, tenía unas fuertes patas y unos afilados colmillos.

Arnaldo se dió cuenta de que tendría que esforzarse para conseguir salir de allí con vida. Asi que rapidamente se levanto y cogió un gran palo a modo de lanza, para mantener a una distancia prudencial con ambos lobos. Arnaldo comenzó a agacharse mientras retrocedia y a levantar la lanza, cuando uno de los lobos salto hacia él desgarrándole la chaqueta. Arnaldo intento quitárselo de encima, pero por más que lo intentaba todo era en vano. Por suerte, su aya, que bien conocía el terreno, saco de su bolso, una pequeña linterna, con la que deslumbro al lobo.

Este se alejo, dejando a Arnaldo en libertad, pero no se percataron de que aun seguía otro lobo al acecho.

Mi hermano

Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos.

Fueron los siete minutos más largos de mi vida, y lo que a la postre determinarían que mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá. Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine... aunque ello me costara el final de la película...

El sábado pasado salimos a realizar una excursión por el campo a recoger setas para hacerlas por la noche en una tortilla. Vimos dos familias de ciervos paciendo junto a sus crías. Todos eran muy bonitos, pero dos cervatillos que me llamaron la entención. Hiban corriendo de un lado a otro, persiguiendose mutuamente como hacemos siempre mi hermano y yo.

Ya con la tarde avanzada y justo cuando acababamos de recoger las últimas setas, mi hermano que ya estaba a punto de pasar el murete que rodeaba la finca en la que nos habíamos colado para relajarnos, ya que era la única que no tenía toros, cuando se paró ante él. Aproveché esta oportunidad para salir corriendo y pasarle. Di un salto ámplio, con el que superar el obstaculo que me debía separar del camino a casa. Pero no era un camino sino un pozo lo que había detrás del muro. Sin poder hacer nada, caí por él y me envolvió la oscuridad.

Esta mañana he despertado en la habitación de un hospital, afortunadamente para mi, mi hermano fue capaz de encontrar ayuda en una casa cercana y los bomberos llegaron a tiempo de sacarme vivo del pozo. Ahora mismo tengo tres costillas y la tibia de la pierna derecha fracturadas, siete puntos en la cabeza y... sobretodo... una vida entera para poder agradecerselo.