Dentro del caos de mi habitación donde duermo cada noche, debajo de mi cama está mi pequeño cofre del tesoro. Hecho con contrachapado y con cuatro ruedines colocados para no rayar el suelo, se encuentra el cajón donde meto todo aquello que quiero tener relativamente a mano y mi madre no quiere tener “por medio” (¿cómo no?).
En la esquina pegada al cabecero tengo un montón de libros compuesto por los manuales de mi ambientación de rol favorita, así como diversos suplementos que tratan dicha ambientación ya sean módulos de aventuras, bestiarios, reglamentos económicos o políticos. Es la zona con menos polvo porque es la que manejo con más asiduidad. En la otra esquina del frontal suele haber los dos o tres libros que tengo por leer en cada momento. Ahora mismo están la sexta entrega de una serie de novelas de aventuras de un autor polaco y dos delgados libros que compré hace año y medio por tres míseros euros, de estos que sabes que solo contienen patrañas por más que pretendan dar imagen de autenticidad, pero dos libros de más de cien páginas a ese precio... Si son tan malos como parecen al menos tendré o bien dos pisapapeles nuevos o nuevo material para encender la chimenea una de estas navidades y en cualquier caso me habrán servido para entretenerme un par de horas. En el centro, sobre unas cajitas de puritos y de colonia reconvertidas para contener, de forma clasificada, juegos de cartas coleccionables, están durante los periodos desde que las monto, hasta que comienzo a pintarlas, unas miniaturas de plomo, que representan unos licántropos armados, dentro de una cajita de plástico transparente que me sirve para transportarlas a la casa de un amigo y poder jugar con ellas al juego de mesa al que pertenecen.
Ya en la parte posterior, desde la parte central hasta la esquina a los pies de la cama se van amontonando, completamente entremezclados, los apuntes y libros recopilados en estos cuatro últimos años de estudio entre inglés, japonés, FP II y facultad. Por último y no menos importante la parte trasera pegada al cabecero. Aquí guardaba, hace ya bastantes años, las cosas que quería esconder rápidamente de mis padres cuando venían de improviso a mi habitación. Ahora se pasa la mayor parte del tiempo libre, a la espera de que tenga algún comic u otra lectura nocturna que me lleve hasta las tantas y caiga dentro por el peso de las horas, a la espera de otra noche tranquila en la que retorne a devorarla dentro de éste, mi pequeño caos ordenado.
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