Su calma de pronto se vio amenazada por aquel suceso del que tardaría en recuperarse varias semanas. No estaba acostumbrado a esas sorpresas desagradables que ocurren de vez en cuando, sin poder preveer su alcance. El relámpago dividió el cielo y rompió a llover desesperadamente. Un relámpago tras otro se abría camino y los dos no sabían donde refugiarse. De pronto vieron una cueva.
Así que corrieron desesperadamente por entrar en la cueva y resguardarse de aquella tormenta.
La cueva era oscura y muy amplia, se oía el eco de lo que decían e incluso, de sus agitadas respiraciones. De pronto, se empezaron a escuchar ruidos en el interior de la cueva que no eran suyos, se resguardaron en una esquina que esta tenía, intentando acostumbrar su vista a aquella oscuridad que, de vez en cuando, se iluminaba con los rayos que había en el exterior. Al momento, como salido de la nada, pudieron averiguar qué eran esos extraños sonidos que no cesaban.
Con otro fogonazo de los rayos, advirtieron cuatro ojos en la oscuridad acercándose lentamente hacia ellos. Arnaldo profirió un gemido ahogado. Su acompañante, cautivo del pánico, buscó la salida y salió de la cueva como alma que lleva el diablo. Arnaldo aguzó aún más la vista, cuando para su estupor descubrió los dueños de los ojos, que inmediatamente se trataba de dos enormes lobos, tenían una altura superior a la de un lobo normal, tenía unas fuertes patas y unos afilados colmillos.
Arnaldo se dió cuenta de que tendría que esforzarse para conseguir salir de allí con vida. Asi que rapidamente se levanto y cogió un gran palo a modo de lanza, para mantener a una distancia prudencial con ambos lobos. Arnaldo comenzó a agacharse mientras retrocedia y a levantar la lanza, cuando uno de los lobos salto hacia él desgarrándole la chaqueta. Arnaldo intento quitárselo de encima, pero por más que lo intentaba todo era en vano. Por suerte, su aya, que bien conocía el terreno, saco de su bolso, una pequeña linterna, con la que deslumbro al lobo.
Este se alejo, dejando a Arnaldo en libertad, pero no se percataron de que aun seguía otro lobo al acecho.